De los cuentos de Isabel

La herencia
Estaba en un pueblo en medio de indígenas de la selva amazónica y no sabía como volver a mi ciudad. Estaba parada en un promontorio de tierra y desde allí un indígena me indicaba que siga la calle y que en una casa iba a encontrar al guía que podía llevarme.
Entré en una casa de media agua con galerías, con muchos dormitorios en hilera.
Encontré al guía y me mostró el camino. Debía cruzar a través de grandes rocas un río hermoso y caudaloso. Preferí cruzarlo a pie porque me dio miedo la canoa que me ofrecieron.
La esposa del guía me ayudó. Cuando llegamos a la otra orilla caminamos hacia otro pueblo en el que había sólo dos calles anchas que se atravesaban. Y en el centro había una gran cruz.
La esposa del guía me dijo que su marido quería matarme para robarme. Le dije que yo no tenía nada. Me respondió que no tenía en ese momento pero que pronto iba a recibir. Y me mostró la dirección donde estaba mi herencia.
La mujer me llevó a una casa tipo choza pero de teja y con galerías cerradas. Allí me escondió de su marido. Más tarde ella vino a mí diciendo que había pasado el peligro, que entre todos los del pueblo lo habían matado.
Caminé por una de las calles siguiendo la dirección que ella me indicó, volví la cara atrás varias veces a mirar el camino recorrido para memorizarlo y saber cómo volver. Luego me ví en una montaña, allí alguien, un hombre, me entregó unas antigüedades, eran mi herencia, dijo. Empecé a bajar corriendo por la montaña, pensé que alguien se había equivocado y llevaba los objetos valiosos escondidos, temiendo que me las quitaran o que se arrepintieran de habérmelas dado.
Decidí ofrecerlas en misa. Me dije “Serán para adornar mi altar”, ni bien pensé en esto ya estaba dentro de una iglesia acomodando las antigüedades en la mesa del altar.


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