LA MAQUINITA

LA MAQUINITA  

Llegué temprano y ya la sala estaba llena, me acomodé lo más cerca que pude del conferencista.
Me sorprendí al ver tantas personas, más de 100. A algunas conocía, antiguos colegas y un ex-jefe, hasta un vecino. Todos de ocupaciones diversas, y, aparentemente todas con un mismo objetivo, aprender a escribir cuentos y novelas.
Para los que esperaban fórmulas mágicas, de entrada el expositor los alertó que no bastaba conocer ciertas claves para escribir. Y es verdad. Ya conozco las claves y no sé por dónde empezar. ¿Cómo les habrá ido a los otros?
Al llegar a la casa me apresuré a encender mi computadora nueva, quiero usarla sólo para hacer realidad mis proyectos. No quiero llenarla con archivos de temas curiosos y listas para el supermercado. Esta computadora sólo será usada para hacer realidad mis sueños.
Y me topé con una hoja de Word…en blanco. La temida hoja en blanco…¿con qué la lleno?
Palabras, por supuesto, un montón de palabras que se conviertan en cuentos.
Pasó un día, dos… dos semanas…y seguía la hoja en blanco.
Pero hoy es el día, o la noche, más bien, en que se llenarán las hojas con palabras.
Cierro los ojos y decido viajar en el tiempo. Volví al pasado. Recordé una tarde de verano cuando papá llegó sonriendo a la casa con una máquina de escribir y me dijo: “Aquí está, tu herramienta, para que seas una escritora, ¿es lo que querés ser, no?” Feliz de la vida, lo abracé y le dí un beso. Tomé la maquinita portátil y me fui al jardín. Allí puse una mesita y una silla. Sobre la mesa la máquina, a su lado una pila de papeles bond tamaño oficio. Empecé “Había una vez….”  No se me ocurrió, a mis 11 años, otra forma de comenzar un cuento. Aguanté sentada horas sin escribir nada más, me cansé y guardé la maquinita. Eso se repitió varias tardes pero no avancé más de esas tres palabras. Al final, con mucho pesar, guardé la maquinita y no la volví a usar hasta 8 años después.
Después de esa frustrante experiencia como escritora. No volví a pensar en ese oficio, En realidad, miento, sí lo pensé muchas veces. Pero estaba segura que nunca lograría completar una hoja. Así que empecé a soñar con  ser médica para atender enfermos terminales como en los libros de Christiaan Neethling Barnard, el médico sudafricano que hizo el primer trasplante de corazón en un humano. Este sueño no duró mucho.  Primero desistí de ser médica porque me dí cuenta que en realidad lo que a mí me gustaba era el servicio, entonces, pensé en ser monja o misionera. Pero, no estaba en mis planes enamorarme, el romance me hizo olvidar esas ideas. Busqué otras opciones, Así me enteré que había una carrera apasionante, en la que podría escribir: comunicación social.
Desempolvé  mi maquinita roja y comencé a teclear palabras que se hicieron notas y otras historias, algunas publicadas, muchas olvidadas. Ninguna literaria, todas de tinte periodístico.
Aún tengo mi maquinita roja. A veces en un dejo  de nostalgia intento escribir alguna historia con ella.
Pero definitivamente soy de la era de la información y la tecnología, así que me compré esta computadora  y mi maquinita roja quedó ahí… en un rincón de mi escritorio como un adorno pero en realidad lo que hace es recordarme esa tarde de verano en que me la regaló mi papá para que yo haga realidad mi sueño.

Y aquí estoy, tratando de aplicar las 30 claves que aprendimos en ese taller en el que más de 100 personas participamos con la ilusión de escribir cuentos y novelas.

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