MI JESÚS DE SEMANA SANTA

MI JESÚS DE SEMANA SANTA
Reflexiones e inspiraciones que nacen por Ti y van a Ti, mi Señor, mi Dios Trino de Amor
¿Por qué Señor mi corazón queda frío e indiferente  al verte clavado en la cruz?
¿Por qué Señor, no caigo de rodillas en llanto cuando veo tu cuerpo y tu rostro ensangrentados?
¿Por qué Señor, no lanzo gritos y lamentos ante el dolor extraordinario que sufriste injustamente por mí, oh Jesús?
¿Por qué Señor, no me duele tu pasión y  por qué no siento gratitud  por tu entrega inmolada?

Muy cerca, escucho tu voz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). Me siento perdonada, me siento comprendida, me siento redimida.
Tu misericordia me conmueve hasta lo más profundo de mi alma.
Y lloro, como Pedro.

Por fin sale un grito desesperado, como el ladrón a tu lado, y robándome la bendición de los justos, clamo tu perdón Señor.
Tu amorosa voz me responde: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43)
¡Qué paz maravillosa, que dulce alivio para mi alma pecadora!


Desde la soledad de tu cruz, habiendo experimentado el calvario del abandono, te adelantas en el tiempo, sabes que necesitaré ayuda y no me dejas sola. "He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26). Me dejas la mejor de las intercesoras, me dejas a la compañera idónea, a la que me llevará a Ti en mis dolores y en mis alegrías.

Ante la cruz, no recuerdo la alegría del Domingo de Ramos. Olvido el gozo de alabarte y proclamarte mi Rey y mi Salvador. Creyendo que mis dolores son fatales y eternos,  te miro y clamo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46). ¡Qué tonta, qué incauta! Como si Dios fuera abandonarme.

"Tengo sed" (Jn 19, 28). Si, tengo sed de Ti mi Dios. Tengo sed de tu amorosa presencia. Tengo sed de tu amor que me sana, me libera, me salva. Ven Señor Jesús a mi vida, lléname de Ti, con tu agua viva de amor.
  
Que pueda yo decir al final de mis días "Todo está consumado" (Jn 19,30) con el alma en paz porque comprendí cuál era mi vocación, porque la viví obedientemente, entregada a tu voluntad.


En paz, por la acción sanadora, liberadora y salvadora de tu pasión y muerte, oh Jesús mio! Pueda yo decir junto a Tí "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46). Me abandono en Ti, tuya soy para vos nací, como lo dijo Santa Teresa de Jesús, así yo lo pueda repetir: Vuestra soy, para Vos nací.




Vuestra soy, para Vos nací

Poema de: Santa Teresa de Ávila


Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?

Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?

Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?

Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?



Mis días como semana santa
De domingos de ramos a domingos de resurrección, entre la alegría, el dolor y la consolación. Así es mi vida. De lunes a viernes vivo los padecimientos de la pasión. Los sábados me refugio con María, en el silencio y en el abandono. Los mejores domingos me invade el gozo de la fe y de la esperanza  de la resurrección.

COMO DOMINGOS DE RAMOS. Cuando  proclamo a Jesús mi Rey y mi Salvador celebro su entrada triunfal en Jerusalén. Cuándo llena de gozo hablo de Él, cuando mis actos reflejan las gracias que Dios me regala vivo un domingo de ramos de alabanzas y aleluyas.

SON LUNES SANTOS. Cuando la angustia de la pasión invade mi vida. Cuando caigo en tentaciones, cuando me convierto en Judas al dar lugar a sentimientos de envidia, avaricia, orgullo y soberbia. Esos son los lunes santos de desolación.

EN MARTES SANTOS. A veces reconozco mi cruz y otras no, me niego a verla, a aceptarla. Es que muchas veces mi cruz soy yo misma, con mis pensamientos, mis recuerdos, mis emociones que entorpecen mis relaciones interpersonales. Pero ahí está Jesús dispuesto a llevar la cruz y me invita a hacer lo mismo. Y aunque me resisto termino de rodillas, clamando misericordia a Dios Padre para identificar, asumir y llevar mi cruz.

EN LOS MIÉRCOLES SANTOS.  Si Jesús no estuviera a mi lado difícilmente podría soportar mi propio OFICIO DE TINIEBLAS, ese en el que tengo que recibir críticas y censuras Entonces recuerdo que Jesús siendo inocente fue juzgado y  no perdió la paz. Eso me anima a sufrir lo que tengo bien merecido, porque los comentarios que de mí hacen son frutos de mis miserias. Y aunque siento morir de tristeza ante mis defectos develados, la visión de Cristo me sostiene y su amorosa presencia convierte en aprendizaje mi dolor.
                                                                                             
ES JUEVES SANTO.  Cuando estoy dispuesta a servir a los demás. Cuando reconozco y acepto llevar mi cruz con humildad. Cuando el amor fraterno, inspirado en Cristo, llena mi corazón. Cuando siento que puedo vencer el miedo y el dolor. Es cuando te siento tan cerca, es cuando siento tu consolación en mi Getsemaní.

VIERNES SANTO Son los días de máximo dolor y abandono. Para morir junto a Jesús asumo mis pecados, me arrepiento de ellos, pido perdón y prometo evitar toda ocasión que me lleve a pecar. Y duele, duele ver como mi debilidad y mi  fragilidad contribuye a la agonía de Jesús en la cruz. Pero la Sangre de Cristo no es derramada en vano. Esa Sangre preciosa que nos transforma y purifica, me sana, me libera y me salva.
  
SÁBADO SANTO El silencio y la soledad de María me acompaña. Son sábados santos aquellos en los que la dolorosa resignación se convierte en la paz del abandono. Es caer en los brazos de Dios Padre, exhausta, sin lágrimas, en la tranquila espera, abandonada en su amor y en su misericordia.

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN La alegría la siento y la vivo, el gozo de mi alma eleva mi Espíritu, vuela hacia el Padre. Cada misa, cada adoración, cada encuentro me llena de las gracias y del amor de Dios Trino. Mi alma baila, mi corazón canta, mi espíritu vibra cuando sien to a Cristo vivo, así son mis días de resurrección.

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